Problemas de comunicación

No me gusta cuando me hablas del futuro, porque lo siento lejano y difuso y siento miedo de lo que pueda llegar.

No me gusta que te pongas serio y me digas que planeemos lo que no podemos planear: a diez años vista, sin tener en cuenta las vueltas que puede dar la vida. Y yo quiero decírtelo todo, pero no sé cómo.

Y la distancia crece entre nosotros.

Me frustro y me encierro en la comodidad del silencio, rebuscando palabras en mi cerebro que se alejan escurridizas y me dejan frente a ti, frente al abismo que nos separa.

Y entonces ya es tarde para volver atrás.

Los dos guardamos silencio y una amenaza se cierne sobre nosotros… Tú que no me entiendes porque no me sé explicar… Yo que te malinterpreto y no sé adónde quieres llegar.

Si al menos pudiéramos sortear la distancia a base de besos…

Silencio

Yo solo quiero

poner a la venta el cielo

y que dejen de atormentarme los sueños.

Yo solo quiero

cavar un hoyo en el suelo

y quedarme dentro

-en silencio.

Solo quiero que la lluvia

inunde el cielo

y se lleve todo lo malo

que hay en el suelo.

Quiero que se pasee

el olvido por los recuerdos

y que deje de ser,

todo lo que tenía que ser,

para no ser nada.

Ya nada, solo silencio.

Tiempo

Tanto tiempo dando palos de ciego

para acabar encontrándome

cara a cara contigo.

Perdidos en el miedo

de perdernos, de encontrarnos,

de volver a equivocarnos;

con las dudas que derivan de la experiencia;

de no querer quererte

sin dejar de tenerte.

Huir para encontrarnos,

así, sin pensarlo,

así, de repente,

y no tener ya más dudas,

solo tiempo.

Una mañana cualquiera…

10:23 de la mañana. Estoy en mis prácticas no remuneradas y me aburro. Mucho. Sigo pensando en Rilke y decido seguir su consejo: buscar la inspiración en mi día a día. Bien, pues aquí va… ¡Una mañana cualquiera en mi vida!

El despertador suena a las 8:30 porque tuve la genial idea de buscarme unas prácticas en verano para engordar el currículum (porque lo que es dinero, no me dan ni los mocos para un remedio), así que me levanto como puedo y me preparo para ir a trabajar. Nunca he sido muy sociable en los desayunos. Considero que es de mala educación sostener una conversación prolongada antes de las 11 de la mañana, así que gruño afablemente a toda persona que me encuentro en el pasillo. Una vez que he conseguido adecentarme un poco, salgo a la calle.

Ha vuelto el calor, pero lo bueno de madrugar es que las temperaturas son más suaves, así que hace un día fantástico y la luz del sol es tan brillante y bonita que pone de buen humor a cualquiera. «¡Ojalá que sea un buen día!» suelo pensar. Claro que, luego llego al metro, y el metro de Madrid es todo lo contrario a bonito y/o positivo.

¿Alguna vez habéis cogido la Línea 6 en Cuatro Caminos? Para aquellos afortunados que no lo habéis hecho, permitidme que os lo describa: consta de cuatro infinitos tramos de escaleras mecánicas que descienden hasta el Inframundo. El día menos pensado aparece Lucifer tocando el acordeón al lado del señor que toooodas las mañanas toca la flauta en una de las esquinas.

En fin, la romántica Línea 6. Luego cojo la Línea 9 y ya voy directa al trabajo. Esto interesa a las chicas: si os ponéis falda, cuidado al bajar las escaleras mecánicas. Hoy iba yo cabeceando y un viento muy traicionero me ha puesto la falda de sombrero. Lo lamento por todos aquellos que han tenido que verlo.

¿Lo mejor de todo el trayecto? La casa lúgubre de Charles Dickens. Me acompaña desde hace casi dos semanas y no me canso de leerlo. La versión de bolsillo tiene 1052 páginas y de primeras impresiona. Pero después, empiezas a leer y ya no puedes dejarlo. La narración de Dickens es tan sencilla y, al mismo tiempo, tan elaborada que no te cansas de leerlo ni llegas nunca a aburrirte. Sobre todo porque hay dos narradores: uno omnisciente y otro en primera persona que se van intercalando, y aunque al principio parece que habla de dos historias separadas con personajes que no tienen nada que ver, progresivamente se van descubriendo una serie de entresijos y paralelismos en el que todos están relacionados. Yo solo llevo 350 páginas y no puedo dejar de leer ni de elucubrar.

la casa lúgubre
Portada de La casa lúgubre (DeBolsillo)

Los personajes de Dickens son tremendos, además mete tantos como sean necesarios. Hay veces que es un poco lioso, porque no te acuerdas de quién era alguno, pero los consigue diferenciar y dotar de una personalidad tan diferente, que hasta llegas a creer que también son conocidos tuyos. Además, a veces hace retratos tan ridículos de la sociedad que te tienes que reír. Es como la vida misma (aunque nos separen dos siglos).

Una de las cosas que más me gusta de este libro es la enorme crítica que hace sobre el sistema judicial británico, que es el telón de fondo de la historia. Los pleitos inacabados, los entresijos de los abogados, la pachorra con la que se toma los juicios el Lord Canciller… Dickens crítica todo este sistema mediante sus personajes, pero también como narrador omnisciente de una forma un poco más sutil. Es genial.

La casa lúgubre me ameniza el camino al trabajo y de hecho lo sigo leyendo hasta que prácticamente salgo de la estación de metro.

Y ahora ya veis, estoy trabajando tanto, tanto que hasta tengo tiempo de escribiros un rato… ¡Corto y cambio!